ÁGORA

20 mayo, 2022 WebMaster1618

Era el 20 de julio del 2018, el día de instalación del Congreso colombiano. Yo estaba al lado de Gustavo Petro; habíamos llegado temprano ese día. Lo conocía desde hacía años y habíamos hablado, por supuesto, muchísimas veces, pero ese día era distinto; ya no sólo le hablaba al descomunal líder político que había visto jugarse la vida en los debates de la parapolítica, o al que como alcalde de Bogotá rompió todos los paradigmas de administración pública en favor de los pobres. Ese día le hablaba al que sería por los siguientes 4 años mi compañero en el Congreso. La admiración hacia él estaba intacta, y creciendo, solo que esta vez yo también estaba en la titular -para usar una de esas metáforas futboleras que me encantan- y este partido era mi debut. Miedo, cero; nervios, pocos; adrenalina, toda. Quizá fue por ese cóctel de emociones que lo único que atiné a decirle, después de haber pensado en mil opciones en mi cabeza, fue:
– ¿Un último consejo?
Gustavo levantó un poco la mirada hacia mí, tranquilo como siempre, y con la voz pausada, como si hubiera intuido mi pregunta antes de que la hiciera, me dijo:

– Te vas a ganar muchos enemigos. Pero, aunque te odien, gánate su respeto.
No dijo más. Alguien llegó a saludarlo, luego otro, otro más, y se perdió entre la gente.
Mientras buscaba una silla desocupada, me fui pensando en esas palabras. La primera parte no era precisamente un consejo, sino una sentencia que se había venido haciendo efectiva desde el mismo día en que iniciamos nuestra campaña. Por mi formación en filosofía, siempre fui reacio a hablar de enemigos en el debate público, prefería hablar de contradictores o entenderlos como opositores legítimos. Sin embargo, las luchas que asumí como propias para llegar al congreso me mostraron que el escenario político exigía definiciones y posturas claras. ¿Cómo llamar al que te ataca cuando denunciamos la injusticia? ¿Cómo entender al que te amenaza por demostrar su corrupción? ¿Qué esperar de alguien cuando le señalas la sangre en sus manos? La realidad nos enseñó desde el comienzo que las enemistades serían la constante, pero ¿esperábamos, acaso, algo menos que eso?

Y las enemistades políticas fueron las primeras en aparecer. No habíamos ganado la presidencia, y nuestros resultados en las elecciones de Congreso nos auguraban un duro camino de oposición, control político, vigilancia y denuncia. ¿Que me iba a ganar muchos enemigos? Perfectamente claro. Sin embargo, la segunda parte me seguía dando vueltas, ¿hacerse respetar del enemigo? ¿qué significaba eso? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?

El Salón Elíptico estaba absolutamente lleno, pues ese día se reúnen tanto los Representantes a la Cámara como los Senadores. Unas 400 corbatas atiborraban el que es, para mí, el espacio más hermoso del Congreso. Es una mezcla compleja de influencias francesas, italianas, anglosajonas, entre otras, que por una especie de consenso tácito optamos por denominar arquitectura republicana. En especial, siempre me llaman la atención las impresionantes columnas corintias, que parecen el marco para el lienzo del Maestro Alejandro Obregón y para el deslumbrante tríptico de los padres de la Patria de Santiago Martínez Delgado. Sin embargo, rodeada de esa majestuosidad, que pasa normalmente desapercibida, corría una aglomeración ruidosa y chocante que me trasladaba, más bien, a la vieja troncal de la Avenida Caracas en hora pico.

En medio del caos, encuentro mi escaño, una silla comodísima que se reclina casi hasta parecer tumbado. De ahí puede venir la aberrante práctica de algunos de mis colegas que caen tan frecuentemente en brazos de Morfeo en las sesiones. Y en esos ejercicios automáticos de curiosidad, moviendo palancas adelante y atrás, buscando la altura adecuada y la mejor postura, la silla me ubica mirando hacia arriba. En la cúpula del salón hay un vitral cautivador que cambia de color según el haz de luz en las diferentes horas del día. Sentado, en ese momento exacto, fue cuando lo entendí, y recuerdo claramente haberme dicho estas palabras: “He llegado a las grandes ligas”. En ese instante, como ahora, solamente esperaba hacerlo bien.

Tenía entonces 32 años y, como dicen las biografías poco creativas, lo único que poseía era sueños e ilusiones. Visto en perspectiva creo que ese fue un factor que jugó a mi favor. Había llegado sin padrinos políticos, sin plata, sin maquinarias, a pulso, y el no tener nada que perder, salvo el valor de mi propio trabajo, me ayudó a no sentir temor en ningún momento, y sí mucha ambición y expectativa. La juventud -así la entiendo-, es un impulso, una obstinación permanente, una terquedad vital que cuando está correctamente dirigida te afirma el espíritu y le transfiere a cualquier proyecto que emprendas una persistencia inagotable. Y eso, que era lo único realmente mío, sumado a 10 jóvenes que creyeron en mí, y al apoyo incondicional de mi compañera y mis padres, era una combinación impregnada de futuro. La ambición ahora se convertía en tareas puntuales: estaba llamado a abrir el camino a ciudadanos como yo, a no pasar desapercibido, a irrumpir con el mensaje que creamos y, ¿por qué no?, a construir un legado.

La convicción íntima y la coyuntura nacional me obligaban a hacerlo bien. Desde el minuto uno de su cuestionable victoria el gobierno nos daba señales de su perversión. Y por desgracia de Colombia los malos augurios se cumplieron a cabalidad. Pero además, hay siempre en este mundo de intrigas, engaños e intereses, una batalla que no se da en contra de los demás, sino en contra de uno mismo, la batalla por no perder la coherencia en el camino. Sobre el modo en el que siento que di esa batalla, en la que siento haber triunfado, también trata este libro.

En el fondo, sabía que por las difíciles condiciones de mi llegada al congreso, y por la relevancia que adquiríamos las figuras de oposición ante la barbarie que se avecinaba, la idea de ser un congresista más no era una posibilidad. Ser un referente y un líder nunca fueron una opción o una preferencia personal, fueron un imperativo y la única realidad posible. Sabía que desde esa labor como congresista tenía que construir las bases de lo que sería la próxima contienda presidencial. Los, entonces, pocos congresistas que habíamos construido la bancada de Decentes teníamos un compromiso implícito con nuestra gente y con Gustavo: mantener por 4 años la esperanza viva de los millones y millones de personas que habían acompañado nuestra lucha por la presidencia. De hecho, aunque pocas veces lo decíamos para no parecer pretenciosos, “mantener” nunca fue la palabra que usamos, porque siempre supimos que con mantener no sería suficiente; la consigna era avanzar.

No puedo entender el liderazgo en estos tiempos como algo distinto a defender la esperanza. La derecha, hay que reconocerlo, había entendido mejor que nosotros que el futuro político depende de la convicción vital de que otro país puede ser posible, y trataron por todos los medios de arrebatarnos esa esperanza o de destruirla mediante el miedo. Ellos, los mismos de siempre, saben que en un país donde la esperanza sea el común denominador, un proyecto como el que Duque encarnaba no tiene la más mínima opción de prosperar.

Y así fue como entendí que tenía que construir una hoja de ruta. Iba a trabajar en la estructuración de proyectos de Ley y ponencias que mostraran mi visión de la sociedad y que se complementaran con la experiencia y el rigor de mis asesores. Obviamente, era consciente de que la vocación de éxito de mis proyectos era mínima desde su concepción. Una oposición sin mayorías, y sin ningún interés por hacer negociaciones oscuras o por ceder en sus convicciones, lastimosamente no tiene un margen de maniobra que le permita generar demasiada expectativa de éxito en sus iniciativas legislativas. Sin embargo fuimos rigurosos, y desarrollamos un compilado detallado de aquellas características que debía contener el modelo de sociedad y de Estado que pretendíamos llevar a cabo una vez fuéramos gobierno.

Con juicio, pero sin ingenuidad, elaboré proyectos de reformas tributarias alternativas a las del gobierno, que presenté y defendí como si en algún momento la fuerza de nuestros argumentos fuera suficiente para los convenientemente sordos oídos de mis colegas. Año tras año, por ejemplo, insistí en la presentación de presupuestos alternativos a los que venían del ejecutivo, lo que me permitió identificar las grandes fallas estructurales de nuestro sistema de administración de recursos. Todo está consignado, todo fue debatido y, hay que decirlo, todo fue sistemáticamente ignorado.

Sin embargo, la enseñanza fue enorme y el fruto de este trabajo es hoy más pertinente que nunca. Hoy poseemos un conjunto de proyectos estructurados con detalle y extrema responsabilidad que serán el insumo central de la renovación legislativa que se hará necesaria en el futuro gobierno del pueblo. Hoy, gracias a ello, estamos más preparados que nunca para ser gobierno. Y ahora bien, nuestra tarea no se limitó, ni mucho menos, a este aspecto que, como dijimos, tenía una eficacia limitada.

Conscientes de ello, hicimos énfasis en los debates de control político, cuyos resultados fueron muy significativos; hicimos uso de las mociones de censura para evidenciar comportamientos inaceptables de funcionarios que demostraban su nulo respeto por la ciudadanía y el Estado de derecho, lo que repercutió de manera clara en los procesos de movilización social y en la opinión pública, que fue clave en la tarea de evidenciar la catástrofe gubernamental de Duque; y, en menor medida, por limitaciones de tiempo, fuimos juiciosos al dejar constancias en plenaria que revelaban la fotografía del momento histórico complejo que vivió el país en este cuatrienio.

Este libro que presento ante ustedes es justamente una selección de las mejores intervenciones que logramos durante estos 4 años en la Cámara de Representantes. La primera selección fue mucho más extensa, pero por piedad con el lector fue reducida a este conjunto representativo. Cada intervención, como lo notará el lector, está inmersa en un contexto histórico puntual que sería imposible retratar completamente acá. Los debates, las intervenciones, las mociones y todos los elementos acá contenidos obedecen a una coyuntura precisa que confiamos en que sea plenamente identificada por el público políticamente informado y socialmente comprometido que tenemos como objetivo de esta publicación. Esto, sin embargo, no pretende ser un filtro especializado para los lectores, por el contrario, creo firmemente en que cualquier ciudadano, en las condiciones que sea, es plenamente capaz de abordar el debate público con todo el rigor y la complejidad con el que se da en el congreso. Precisamente, soy un firme defensor de la idea de que publicar esta clase de textos fomenta la discusión pública y elimina las barreras imaginarias entre los representantes y sus representados, una de las luchas que me he esforzado en dar a través de mi vida política.

Según la naturaleza de la intervención, los procesos de construcción y preparación varían correlativamente, no siendo lo mismo, por ejemplo, la intervención con datos para un debate que la constancia puntual al calor de una sesión en el recinto. En algunas se evidencia la primacía de la técnica, mientras otras evidencian un fuerte componente emocional. El lector, sin embargo, encontrará que siempre intento que tanto la razón como la pasión tengan lugar. Así mismo, queda a juicio del lector la evaluación de las intervenciones, que espero la vida nos de la oportunidad de retroalimentar.

La tarea legislativa bien hecha, así como la oratoria y el impacto comunicativo, son artes en las que considero estar en pleno camino de aprendizaje. No perder el hilo argumentativo; encontrar la palabra precisa; manejar tiempos cronometrados; leer los ritmos del auditorio; mantener la postura y la voz -aún ante la intimidación-; no bajar la mirada en la denuncia, son eslabones de una cadena que parecen ceder en el momento de pararse frente al atril. Insisto, todo ha sido aprendizaje. Confieso, por ejemplo, que creía que el miedo escénico había sido un tema totalmente superado. Antes de llegar al Congreso, la labor docente y el activismo social me hicieron asumir tranquilamente los espacios directos de diálogo con públicos numerosos y diversos. Sin embargo, el escenario político tiene una exigencia diferente, para la que no se puede estar plenamente preparado hasta que se experimenta, y es que todos tus interlocutores están en condiciones similares de responder y todos estamos sometidos a las reglas propias del debate parlamentario. Ante ello, el único antídoto contra cualquier temor es la preparación. El éxito en esto, como en cualquier escenario del desarrollo humano, está representado claramente en esa frase que le atribuyen a Einstein, un 1% de talento y un 99% de trabajo.

Algunas de las denuncias que expuse, como nuestro debate sobre Hidroituango, fueron incorporadas como elementos de investigación por los órganos de control y constituyeron elementos probatorios determinantes para los fallos posteriores. Otras piezas fueron trascendentes en el debate público, como la ponencia en contra de las objeciones de Duque a la JEP, que amenazaba nuevamente la estabilidad del proceso de paz de la Habana. En otras de mis intervenciones encontrarán una expresión sincera y profunda de la indignación de una generación que luchaba en la calle por sus derechos. Una generación de la cual me siento parte, que se levantó ante la reforma tributaria del “hambre” de Duque y triunfó. Como joven, antes que como congresista, estuve en las calles, en las marchas, cantando y resistiendo. Fui uno más, en la gran movilización social del 2021.

Pero cuando el poder, al sentirse débil termina apelando a la violencia persiguiendo, asediando y mutilando a nuestros jóvenes, fui de los primeros en gritarlo en el Congreso. Una y otra vez lo denunciamos. La voz de dolor e indignación que sentía durante los días más duros de violencia, también se ve reflejada en algunas de mis intervenciones acá expuestas.

Sin embargo, no fueron las denuncias contra el abuso policial y el gobierno autoritario de Duque lo que más eco tuvo. Hoy todavía se me acercan en la calle a saludarme recordando mi intervención en el debate de moción a la ministra Karen Abudinem. Mis palabras “usted es una corrupta” se volvieron virales por toda Colombia. Sin lugar a dudas, ha sido mi intervención en el Congreso más vista y compartida. Ese día sentí ser la voz de un pueblo.

Este libro no pretende ser simplemente una constancia. Está escrito para un nuevo país. Han pasado 4 años en los que pasamos de un total de 5 congresistas en la bancada del Pacto Histórico, a ser hoy 31 solamente en la Cámara de Representantes. Nuestra vocación de gobierno está más cerca que nunca, y es el resultado de haber tenido la fuerza de levantarnos tras cada derrota. Hicimos la tarea, y la hicimos apoyados en dos pilares, las redes de afecto de nuestra gente, y la convicción vital de mantener encendida la llama de la esperanza. Abrimos caminos, expandimos fronteras, nos inspiramos unos a otros, y eso sólo puede ser visto como una victoria, la victoria del 2022.

Finalmente, quiero agradecer a Gustavo y su consejo. Este libro es la manera de honrar el juramento que hice con mi gente y con él, particularmente. Me esforcé por estar a la altura de la historia, asumí con pasión nuestra lucha por la justicia y la verdad, fui coherente y estricto entre mis principios y mis acciones y hoy, con orgullo, puedo mirar a los ojos tanto a mis amigos como a mis enemigos, porque hoy sé que, aunque nos odien, hasta nuestros enemigos nos respetan.

Llegamos a escribir una nueva historia, llegamos a cambiar nuestro país, llegamos a dar la vida por nuestro pueblo. No vinimos a menos. Venceremos.

David Ricardo Racero Mayorca. Mayo de 2022

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