Ágora
Las mejores intervenciones en la Cámara de Representantes
Era el 20 de julio del 2018, el día de instalación del Congreso colombiano. Yo estaba al lado de Gustavo Petro; habíamos llegado temprano ese día. Lo conocía desde hacía años y habíamos hablado, por supuesto, muchísimas veces, pero ese día era distinto; ya no sólo le hablaba al descomunal líder político que había visto jugarse la vida en los debates de la parapolítica, o al que como alcalde de Bogotá rompió todos los paradigmas de administración pública en favor de los pobres. Ese día le hablaba al que sería por los siguientes 4 años mi compañero en el Congreso. La admiración hacia él estaba intacta, y creciendo, solo que esta vez yo también estaba en la titular -para usar una de esas metáforas futboleras que me encantan- y este partido era mi debut. Miedo, cero; nervios, pocos; adrenalina, toda. Quizá fue por ese cóctel de emociones que lo único que atiné a decirle, después de haber pensado en mil opciones en mi cabeza, fue:
– ¿Un último consejo?
Gustavo levantó un poco la mirada hacia mí, tranquilo como siempre, y con la voz pausada, como si hubiera intuido mi pregunta antes de que la hiciera, me dijo:
No dijo más. Alguien llegó a saludarlo, luego otro, otro más, y se perdió entre la gente.
Mientras buscaba una silla desocupada, me fui pensando en esas palabras. La primera parte no era precisamente un consejo, sino una sentencia que se había venido haciendo efectiva desde el mismo día en que iniciamos nuestra campaña. Por mi formación en filosofía, siempre fui reacio a hablar de enemigos en el debate público, prefería hablar de contradictores o entenderlos como opositores legítimos. Sin embargo, las luchas que asumí como propias para llegar al congreso me mostraron que el escenario político exigía definiciones y posturas claras. ¿Cómo llamar al que te ataca cuando denunciamos la injusticia? ¿Cómo entender al que te amenaza por demostrar su corrupción? ¿Qué esperar de alguien cuando le señalas la sangre en sus manos? La realidad nos enseñó desde el comienzo que las enemistades serían la constante, pero ¿esperábamos, acaso, algo menos que eso?
El ágora era el lugar de congregación social, política, cultural y comercial en las polis griegas, y por extensión hace referencia a la asamblea en la que se discuten temas centrales para la sociedad. El recinto del Congreso de la República de Colombia es el ágora de nuestros días, en él se dan cita Representantes a la Cámara que mediante el casi olvidado arte de la oratoria debaten los asuntos fundamentales de la nación. Y entre ellos, David Racero, quien en este libro presenta una selección de sus mejores intervenciones durante el periodo legislativo de 2018 a 2022. En ellas se reflejan debates, mociones, constancias, denuncias que se emitían desde la oposición a un gobierno que se destacó por abusos y escándalos como Hidroituango, las objeciones a la JEP, el incumplimiento de los acuerdos de paz, la reforma tributaria, la fuerte represión contra las protestas, la relación con la mafia y la aparición en los Pandora Papers de la vicepresidenta, la inseguridad, el recrudecimiento de la violencia y la corrupción rampante: desde el plagio de la tesis de gradó de la presidenta de la Cámara, pasando por las arbitrariedades de la procuradora, hasta la mala gestión de la ministra de las TIC que causó la pérdida de moco millones de pesos. Como sostiene el propio autor: “publicar esta clase de textos fomenta la discusión pública y elimina las barreras imaginarias entre los representantes y sus representados”. Los nuevos representantes podrán encontrar discursos para su propio camino, los ciudadanos podrán leer las palabras que fueron dichas por un líder en un momento crucial del país, los familiares y todos aquellos que históricamente han luchado por un país mejor podremos recordar estas palabras que nos llenaron de emoción y que nos recuerdan por qué luchamos tantos años.
David Ricardo Racero Mayorca.
Mayo de 2022